sábado, 5 de diciembre de 2020

Salvia rosmarinus (rosmarinus officinalis), romero, romer, romaní


Seco, leñoso, gris y resquebrajado.
Verde, oleoso, tierno y aromático.

El romero es una planta leñosa perenne y enhiesta que rara vez llega por estos lares a los 2m de altura (existe una variedad, el romero rastrero, más achaparrada). Sus múltiples tallos en la juventud están cubiertos de cierta vellosidad que pierden al tomar el color grisáceo y la corteza resquebrajada propios de la vejez.


De origen mediterráneo, crece en una gran variedad de suelos desde el litoral hasta la montaña, arraigando a la perfección en los suelos secos y arenosos que nos rodean; siendo el compañero perfecto de tomillos, romeros, coscojas y algarrobos.


Sus hojas, pequeñas y abundantes, son opuestas, enteras, sésiles, coriáceas, de forma linear lanceolada, margen revoluto, anverso verde y envés tormentoso de un color blanquecino-grisáceo.

En primavera y otoño crecen, en la unión de la hoja con el tallo, sus flores de 5mm de largo de color azul, rosa o blanco, bilabiadas de una sola pieza, con cáliz verde o algo rojizo. Son flores muy aromáticas y melíferas que surgen en la parte superior de las ramas.


Su fruto, encerrado en el fondo del cáliz, es una tetranácula de 1,5 - 3mm por 1 - 2mm ovoide, de color parduzco con una mancha clara en la zona de inserción.


A finales del s.XVIII, Carlos Linneo fijó el nombre de esta planta en Rosmarinus officinalis pese a la gran similitud entre el romero y la salvia, debido a una diferencia existente entre los estambres de ambas plantas. En el 2017, la revista taxon de la Internacional Association for Plant Taxonomy cambió el nombre a Salvia rosmarinus, incorporando el romero como una de las múltiples especies dentro del género de la salvia.


De acuerdo a la nueva nomenclatura, el término salvia proviene del latín salvare (curar) por las propiedades curativas de algunas especies del género. El epíteto rosmarinus proviene del latín ros (rocío) y marinos (marino), aunque también puede provenir del griego rhops (arbusto) y myrinos (aromático). 

El epíteto officinalis de la vieja nomenclatura hace referencia a los usos terapéuticos de la planta.

Como algunas otras plantas que ya hemos ido viendo, el romero aparece en el edicto de Carlomagno: Capitulare de villis vel curtis imperii, debido a sus múltiples propiedades medicinales.



Y es que aunque se trata de una planta muy apreciada por su valor ornamental, sus popiedades medicinal han sido la principal causa de su relación con el ser humano.


Muy apreciada en gastronomía como hierba aromática, capaz de dar un vuelco a cualquier plato, casa a la perfección con carnes, patatas y guisos, especialmente con platos autóctonos como el arroz caldoso o, cómo no, la paella.




En cuanto a sus múltiples usos medicinales, podemos diferenciarlos entre usos internos y externos.
Un uso interno, principalmente mediante infusión, ofrece propiedades estomacales, antiespasmódicas, carminativas, antihistéricas, emenagogas, estimulantes, aromáticas, tonificantes, coleríticas, colagogas, diuréticas, mucolíticas, antisépticas. 



El uso externo presenta propiedades antisépticas, parasiticidas, analgésicas, antiinflamatorias, cicatrizantes y desinfectantes.


Pero la principal propiedad en su estado natural y sin duda la más importante, es la misma que presentan otras plantas de la zona: la de arraigar bien en suelos degradados, evitando la erosión y la desertificación de un territorio con lluvias escasas y muy concentradas en el tiempo. Por eso mismo, el romero forma parte de nuestro monte y, en parte, gracias a él nuestro monte existe.


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